En la historia reciente de México ningún partido político o partidos coaligados habían obtenido una representación tan alta en la Cámara de Diputados y prácticamente la mayoría calificada en el Senado de la República, como ahora.
Por Óscar Sánchez Márquez
En la historia reciente de México ningún partido político o partidos coaligados habían obtenido una representación tan alta en la Cámara de Diputados y prácticamente la mayoría calificada en el Senado de la República, como ahora.
El 73 por ciento de representación en las curules en San Lázaro significa un gran desafío para el nuevo gobierno, el del Segundo Piso de la 4T, porque está obligado a generar respuestas que resuelvan los problemas de fondo del país. Lo tiene todo, no tiene excusa.
Con el control absoluto del Congreso de la Unión y en Congresos locales, MORENA y sus aliados, guiados por una titular del Ejecutivo Federal que asume el mando en 27 días, tienen todo el camino despejado para implementar la transformación de la vida nacional que pregonan en sus discursos e informes.
Llega el momento en aterrizar en la realidad y de dejar de creer que popularidad y apoyo popular se traduce, en automático -como si fuera una varita milagrosa- en soluciones efectivas a las heridas que todavía supuran por el desdén y falta de responsabilidad con que fueron tratadas recientemente y en el pasado inmediato.
El 73 por ciento de representación en la Cámara de Diputados, que, junto con el Senado, constituyen uno de los tres Poderes de la Unión, es, desde ahora, un arma de doble filo, peligrosa al fin. Ya comenzamos a verlo.
Con ese control legislativo con que llegará el gobierno de la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, los partidos en el poder, MORENA en especial, pueden propiciar cosas sorprendentes o dramáticas.
O se inclina la balanza hacia un gobierno serio, responsable, de respuestas reales y altura de miras, sobre todo en materia de seguridad interna, combate al crimen organizado, reducción de la pobreza de a deveras, corrección los errores presupuestales de los últimos años, o ese mismo poder político se utiliza para avasallar al oponente, aplastar la crítica, castigar el disenso, extinguir la pluralidad, cancelar el diálogo, y con ello desperdiciar el momento México y pulverizarla democracia, por ejemplo.
La disyuntiva con ese 73% es poner a México en el Centro de los cambios económicos, políticos, sociales, culturales, o mantener lo que los teóricos llaman la “seudocracia”, como se denomina a esa propensión de aparentar una transformación de nación a partir de realidades alternativas.
En el 2018 MORENA. PT y Verde sumaban, entre los tres 56.3 por ciento, pero no existía una coalición práctica como la que se ha formado ahora en este 2024.
Prevaleció en la primera legislatura del sexenio pasado un juego de intereses que llevó al Partido del Trabajo y al Verde a negociar posiciones de grupo y recursos, mientras que MORENA se centró en implementar una política de rencor, más que diseñar una estructura política de cara a los grandes desafíos de la nación.
De esa frivolidad de la política hay muchos botones de muestra. Basta recordar cómo el llamado “niño verde” festejó el triunfo de la candidata presidencial de MORENA, la misma noche en que se daban resultados en un hotel de la zona de la alameda Central.
Con lenguaje vulgar, soez, Jorge Emilio se mofaba de ser parte de ese triunfo presidencial. Una reportera escuchó ese festejo, que proyectaba, no sorpresa, sino ansias de poder.
Hoy las circunstancias no son muy distintas: los partidos satélites no dejarán de hacer negocio con sus curules y posiciones políticas. La fuerza que hoy acumula MORENA y la futura presidenta de la República hacen más rentable a esas franquicias electorales estar del lado ganador. Viejas expresiones del populismo electoral.
Como si fueran productos desechables, conocimos del intercambio de diputados del Verde que de la noche a la mañana pasaron a formar parte del morenismo, con otro movimiento a la inversa de diputados de MORENA que se pasaron al partido del “Niño Verde”. No menos vergonzante fue el paso de los senadores Araceli Saucedo y José Sabino Herrera, del reducido PRD al partido guinda. Todo ello en cuestión de horas.
La política como negocio. El fuero como como pasaporte de impunidad. El poder de la izquierda como venganza.
Ejemplos de ese tipo son los que alimentan la duda de que un triunfo, una alta popularidad y una mayoría de votos serán suficientes para traducirlos en cambios que eliminen esas viejas prácticas heredadas por el priismo más rancio, que prevalecieron por décadas, como la compra de voluntades o la coacción o intimidación política a cambio de migajas de poder.
El 73 por ciento de representación que tendrá el grupo de partidos que hicieron presidenta a la Dra. Sheinbaum no es para que, por ejemplo, la división de poderes y la esencia de la República fuera desdeñada, por decir lo menos, como lo han hecho los diputados Ricardo Monreal Ávila o Sergio Gutiérrez, que plantearon la posibilidad de iniciar juicio penal en contra de los jueces que buscan frenar la discusión de la reforma al Poder Judicial.
¡El aplastamiento de un Poder hacia otro, porque no se está de acuerdo con su proceder! ¡O que los diputados que conforman ese 73% de la mayoría de MORENA se tengan que refugiar en un salón deportivo a sesionar a toda prisa y pasar por alto procesos legislativos para sacar la Reforma Judicial! ¡Legislar, no a escondidas, sino en el traspatio del poder! ¿Eso es lo que ofrece ese 73%
¿Qué más sigue? ¿Qué es lo que verán los mexicanos a partir de ese 73 por ciento de poder político que, en esencia, tiene MORENA en Cámara de Diputados y casi mayoría calificada en el Senado?
Un poder político de tal magnitud, no visto en los últimos sexenios, tiene que traducirse en la verdadera revolución que requiere nuestro país.
Es el momento de México, pero el tiempo no espera y menos las oportunidades.
La condición de socio estratégico que tiene México con Estados Unidos, por ejemplo, requiere iniciativas y decisiones políticas que edifiquen una nueva visión del México de los siglo XXI, no de reyertas populistas o incertidumbre jurídica con una Reforma al Poder Judicial que no tiene ni pies ni cabeza, dicho por los expertos.
Solo un ejemplo del momento que ya no se puede dejar pasar.
Hoy Estados Unidos está recibiendo cientos de miles que contenedores de mercancía de todo el mundo, que ya no llegan a México por el creciente clima de violencia e inseguridad. Las empresas de transporte terrestre han cancelado rutas en México porque las carreteras del país, incluso las circunvecinas a la CDMX, son inseguras y violentas.
La lista de todos los pendientes inmediatos es muy larga. Pero uno que ya no puede demorar otros seis años, es revertir del deterioro de la economía del país.
Un déficit público que podría llegar al 5.9 por ciento al cierre del año; un incremento sustancial de la deuda pública, una economía informal galopante y erogaciones sin fin, ni objetivos en PEMEX, y obras deslumbrantes, pero de escasa viabilidad financiera, son retos que se deben superar en los primeros meses del nuevo gobierno.
Una crisis económica-financiera de inicio de sexenio siempre resulta un pretexto idóneo para justificar ineficacia, como nos ha enseñado la historia reciente. Hay que desterrar esas amenazas.
México ya no tiene tiempo. México ya no aguanta seis años más de lo mismo. La “seudocracia” debe acabar.
Especialista en comunicación política y periodista
@delvalle1968