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OPINIÓN: Oklahoma 148/ King Kong

by Pablo Luna
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Por: Armando Enríquez Vázquez

            • Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de MegaUrbe.

Oklahoma 148 es la dirección de la casa donde pase mi infancia y adolescencia, los textos de esta colaboración tienen que ver con esos años y las reflexiones que hago 40 años después.

En avenida Universidad y avenida Coyoacán, donde hoy existe un centro comercial y unas torres de oficinas y apartamentos enormes, en la década de los sesenta ese enorme terreno pertenecía a uno de los dos auto cinemas que existían en la zona metropolitana de la Ciudad de México. El otro se encontraba en la muy lejana Ciudad Satélite. Siempre eran funciones dobles y por lo general se exhibían cintas que no eran estrenos. Algunos fines de semana mi padre nos subía al coche y nos llevaba a ver películas al auto cinema, ir era una excursión para mis hermanos y para mí que empijamados, con cobijas y almohadas nos íbamos al cine, conscientes de que la segunda película sin duda la íbamos a dormir.  

Fue en el auto cinema de Coyoacán donde de niño vi por primera vez King Kong, la película original de 1933 en blanco y negro y con animación stop motion. La lucha de King Kong con el tiranosaurio y la secuencia del gran simio trepando por el Empire State, así como su inútil defensa de los aviones guerra que terminan por provocar su muerte quedaron marcadas en mi mente para siempre. La cinta a pesar de tener más de treinta años de existir en esos años, seguía impactando a las jóvenes audiencias que la veíamos por primera vez. Sí la vemos hoy, no queda si no reconocer la gran calidad de los efectos de la cinta y la maravillosa técnica con la que fue hecha. Kong es un monstruo entrañable, un ser con poder sobrehumano, de tamaño extraordinario, incapaz de destruir por destruir, un ser que sucumbe a una rubia que lo deslumbra y víctima de la destructividad natural de los seres humanos. Años después me enteré que la cinta había sido censurada porque King Kong se comía a los nativos de la Isla Calavera y eso pareció demasiado escandaloso en su momento o tal vez los productores decidieron que esas escenas podían afectar en la empatía del público con el simio.

King Kong fue durante muchos años una de mis películas favoritas; una aventura de exploración en un mundo perdido y desconocido que daba como resultado el descubrir especies nuevas y otras que se pensaban extintas, era una película atractiva para cualquier niño. Y sin duda el monstruo preferido de mi infancia fue King Kong. Sin VHS, DVD’s o Netflix en aquellos días volver a ver una película era un evento azaroso.

La segunda vez vi la película fue en la pantalla de la sala de mi casa en un ciclo de King Kong que pasó en algún momento de finales de los sesenta o principios de setentas en Canal 11. Lo emocionante aquella vez fue descubrir que King Kong tenía una secuela, El hijo de King Kong que se filmó y se estrenó el mismo año que el clásico. Es la única vez que la he visto, lo que recuerdo de la cinta es que el hijo de King Kong es un pequeño gorila blanco, claro que pequeño en escala de King Kong es de varios seres humanos de altura. Unos años después recordé al simio blanco de la cinta cuando en una revista descubrí a Copito de nieve, el famoso gorila blanco del zoológico de Barcelona, también recuerdo el  final de la cinta; el vástago de King Kong atrapado se hunde en la inmensidad del Océano Pacífico junto con la Isla Calavera.

En 1962 Ishiro Honda, el creador de Godzila, el otro monstruo mítico del cine, decidió enfrentar a su creación con el gigantesco simio en la cinta King Kong vs Godzila. Una película que no le hace honor a ninguno de los dos y donde se demuestra la superioridad en presupuestos y calidad de los efectos especiales de la película estadounidense contra a las grotescas botargas que tanto gustaban a Honda y que se impusieron en el cine y programas de televisión japoneses de superhéroes extraterrestres y eran el recurso en una economía que se recuperaba de la guerra y que estaba más cercana de las películas nacionales como las de Piporro y los extraterrestres. Honda realizó otra película sobre King Kong que no conozco y que se llama King Kong Escapes.

El primer remake en forma de King Kong lo produjo en 1976 el italiano Dino de Laurentis, en los días de la fiebre por los desastres de la modernidad en la pantalla; Infierno en la Torre, La aventura del Poseidón y Terremoto entre otras y los nuevos monstruos como el tiburón de Spielberg. La saturación de los colores muy setentera, espectacularidad sonora y de los efectos se anteponen a la historia y el King Kong se pierde en la noche de los tiempos. A mi gusto el remake carece de la belleza de la cinta original, lo único atractivo de la cinta de 1976, era para mí, como adolescente hormonal, la presencia de la bellísima Jessica Lange en lo que fue su debut en el cine y como King Kong deslumbrado por la talentosísima rubia, como lo demostró con el tiempo, me hubiera tirado desde las torres gemelas. Ese es uno de los cambios con los que se actualizaba la cinta y mostraba lo moderno de Nueva York. En el siglo XXI y contra lo que uno hubiera esperado el Empire State esta en pie, no así las torres gemelas que fueron icónicas en otras cintas como Escape de Nueva York de John Carpenter. La fiebre de los setentas por King Kong derivó en la creación de canciones de disco y soul y terminó en un video juego ochentero.

Después en 2005 el director Peter Jackson filmó su remake del clásico que resultó en una sosa copia al carbón de la película original sin chiste alguno. Ni siquiera comparable a la espectacular arrogancia de la de 1976. Hace unos días vi Kong y la Isla Calavera, más por el aburrimiento que por un verdadero interés de ver la cinta de Jordan Vogt-Roberts de 2017 y me llevé una grata sorpresa, la historia da un giro diferente y el personaje de Samuel L. Jackson es extraordinario, me gusto la confrontación entre la naturaleza salvaje con la del desalmado ser humano que se vuelve el centro de la cinta. La subliminal atracción entre la bella y la bestia es muy interesante. La inclusión de esos programas secretos del gobierno estadounidense que son tan populares y dan pie a buena parte de la incredulidad por lo oficial de los jóvenes. Otro de los grandes logros a mi gusto es el situar la historia en el lugar neutro, para muchos, de la historia, ni la lejanía de los años 30, ni un intento por situarlo en 2017, sino en los finales de la guerra de Vietnam en un ambiente neutro de tecnología e historia para generaciones que se creen que hace cincuenta años la humanidad estaba saliendo de la prehistoria, pero a diferencia de nosotros los que ya vivíamos en esos años, creen en la tierra plana y los reptilianos.  

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