Inicio PolíticaCongresos Fin a la era del presidencialismo – Opinión

Por Óscar Sánchez Márquez

El presidencialismo en México fue una herramienta de control político soportado en las acciones y decisiones metaconstitucionales que, con el paso del tiempo,  derivaron  en excesos y desviaciones.

La historia política mexicana está llena de decisiones presidenciales que a la luz de la legalidad y la justicia resultaron no solo en un engaño, sino también en delitos graves que quedaron en la impunidad.

En épocas recientes el escritor y político Mario Vargas Llosa cimbró al sistema cuando reveló, a principios de los años 90s,  lo que era un secreto a voces, dentro y fuera de la República mexicana: México es la dictadura perfecta.

El comentario, al cual se le han dado diversas interpretaciones, en realidad estuvo siempre enfocado a cuestionar la singularidad del sistema político mexicano.

Se refería a la existencia de  un partido político, en ese entonces el Partido Revolucionario Institucional, el PRI, que  se había “mantenido en el poder por casi 70 años con regímenes en donde todo el poder se concentraba en una sola persona: el Presidente de la República.

 Un presidente que era juez y parte, líder moral del partido en el poder por un lado y Jefe del Ejecutivo de  una nación democráticamente débil por el otro.

Don Daniel Cosío Villegas, el ideólogo del sistema político mexicano y el Dr. Jorge Carpizo Mc Gregor, el primer Ombudsman en México, analizaron con profundidad el sistema presidencialista en México.

Cada uno con sus propios recursos y estilos, llegaron a la conclusión de que el sistema presidencialista mexicano fue un mal necesario al cual habría que poner fin a través de la democratización de las instituciones y la creación de nuevos órganos de control , vigilancia y de contrapesos al poder del presidente de la República en turno.

Hoy parece que ese momento ha llegado.

La figura del presidente omnipresente, omnipotente, todopoderoso, surgió de las primeras constituciones en México y se mantuvo aún después de los tiempos postrevolucionarios y siempre estuvo enfocado a dotar a un hombre de poder tal que pudiera dar estabilidad al país y controlar a poderes institucionales y fácticos.

Ese estilo, esa forma de ejercer el poder, el estilo personal de gobernar, como lo describió el propio Cosío Villegas en su célebre libro, fue inmortalizado también por el populo a niveles de sátira, pero siempre reveló ese tufo de ilegalidad, de intolerancia, y abuso del poder que significó el presidencialismo en México.

Un chiste político que se sigue contando hasta la fecha  retrata tal cual este hecho.

¿Qué hora es? Pregunta el presidente de la República  en turno.

-Las que usted diga Sr Presidente. Contesta más que servicial, abyecto,  su secretario privado y subordinado en turno.

Esa sátira en realidad reflejaba la realidad en torno al presidencialismo.

El presidente de la República siempre tenía la razón, nunca se equivocaba, era lo que quería, se hacía lo que quería, decidía todo, hasta el movimiento en el árbol de la serranía más distante del centro del país.

Este breve pasaje historiográfico cobra vigencia justo por la decisión histórica que ha tomado el día de ayer el Senado de la República, la de eliminar el fuero constitución al presidente de la República en turno y crear las condiciones para que en el ejercicio del cargo e incluso después de éste, el presidente de la República pueda ser sometido a juicio por delitos de corrupción, electorales y otros.

La democratización del ejercicio del poder presidencial es un paso histórico, sin duda, pero es un primer paso hacia esa democratización que muchos hombres de Estado y demócratas bien intencionados impulsaron.

El presidente de la República, a partir de ahora, dejará de ser el “Gran Tlatoani”, y pasa a ser un hombre sujeto a la ley como cualquier otro.

El camino ha sido abierto, corresponde ahora a la sociedad darle estructura y operatividad a esa decisión que, llega tarde, pero al fin llega.

El presidente de la República ya no tendrá fuero, su fuero cuasi monárquico, su poder de decisión cuasi milagroso, se acabó y hoy toda decisión que tome pasará por el tamiz de la legalidad y la justicia. Que así sea.

 

 

 

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