- Corte imperial de agachones y desvergonzados nos gobierna
Miguel A. Rocha Valencia
Parece que el estilo de la genuflexión es parte de la 4T, donde los cercanos al mesías se disputan espacios para sin dejar pasar la oportunidad, hacerle ver que son los más fieles vasallos, incondicionales, capaces de la ignominia a cambio de ganarse su simpatía y, por qué no, la gracia de ser llamado a la mesa del señor.
Causan pena los políticos que, sin siquiera tener necesidad, rinde tributo y si es en público mejor, al tlatoani de Palacio Nacional. Los vemos investidos de secretarios, subsecretarios, gobernadores o legisladores que ciegamente siguen las instrucciones a sabiendas de que, quien se opone a los designios del todopoderoso, puede merecerse desde un regaño o desmentido públicos, hasta la cancelación de su encargo.
De ahí que salgan muchos lisonjeros que, con capacidades políticas, y por eso darían esperanza de una reorientación de la vida pública, se pierden en “lo que usted diga señor presidente”.
Los vemos también salir como defensores oficiosos cuando el macuspano recibe las críticas de una parte de los gobernados que no le cree o se siente agredida por unas políticas públicas erráticas, inverosímiles o distantes de una realidad que sólo ve el profeta.
Prefieren perderse en la defensa de lo indefendible que asumir sus responsabilidades como funcionarios públicos ya sea en la administración o en los congresos.
Se les olvida o a sabiendas de ello, que su compromiso, a quienes deben servir es a los gobernados, no al endiosado emperador que hace suya la ley y la administra a su criterio, olvidándose que el sistema jurídico mexicano tiene un derecho positivo que, si bien obliga a los gobernados, quien gobierna tiene la obligación de velar porque se cumpla y no torcerlo a su antojo.
Olvidan esos menesterosos de la política, presupuestívoros o huérfanos de identidad propia que gobernar no es lanzar loas y justificar al gobernante, sino servir a la sociedad, atender las necesidades del pueblo y respetar sus reclamos, no descalificarlos e ignorarlos.
Tienen la desvergüenza de que sin que se lo pidan, tuercen los preceptos legales y los lineamientos científicos o matemáticos con tal de quedar bien con quien los contrata.
No los contrataron para ser serviles, al menos eso creo, sino para servir lo mismo al que manda, ya sea en el ajuste de leyes, confección de políticas públicas y su ejecución para el bien del país, no de una secta o grupo político.
Algunos de esos personajes destacan, se notan, dan esperanza de que habrá un momento de equilibrio, cordura y sentido común, pero desafortunadamente terminan desbarrando y tirando a la basura su propia vergüenza profesional o política con tal de quedar bien, de mantenerse en el grupo de privilegiados, de aquéllos que no esperan el agradecimiento de un pueblo que tuvo la esperanza en ellos, sino la sonrisa aprobatoria del Tlatoani que los guio hacia el poder que hoy detentan y creen será eterno.
Ojalá y no.