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Sucesión por decreto – Opinión

by Redacción
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Por Óscar Sánchez Márquez

La experiencia, pero sobre todo la historia, nos dicen que en México la sucesión al “trono” se caracteriza por luchas intestinas, intrigas y hasta asesinatos encubiertos. En la época reciente, en el México contemporáneo, el “Tlatoani” en turno cree poseer los poderes divinos para elegir a su sucesor, se asume infalible y omnipotente, aunque la realidad en la mayoría de las veces lo coloca en el patio trasero del inconsciente colectivo con la etiqueta de un vulgar político.

Miguel de la Madrid orquestó la “pasarela” política de posibles sucesores en ese rancio priísmo, entre los que estaba, por cierto, Manuel Bartlett Díaz, hoy flamante miembro distinguido de la llamada 4 Transformación. En realidad, era un disfraz con el que quiso engañar para imponer a Carlos Salinas de Gortari.

De esa lucha a muerte todavía hoy escurren gotas de sangre, sudor y lágrimas que pagan la mayoría de los mexicanos, como siempre.

Sucesión por decreto - Opinión

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Salinas era el alumno distinguido de esa clase, por sus ideas y convicciones neoliberales. A De la Madrid le urgía recomponer la economía y esconder, mediante el neopopulismo neoliberal, la pobreza y atrasos social y político de su sexenio. Es decir, tenía motivaciones más que personales en la sucesión.

Antes, otros episodio crueles, aunque muy propios de la “picaresca mexicana”, – habían marcado la sucesión presidencial en México. Momentos claves de la sucesión que terminaron como tragedias, por más que se trató de hacerles ver como parteaguas históricos.

 La sucesión del en poder en México llevada a la parodias del trágico teatro griego, eso fue y ha sido la sucesión en nuestro país.

Adolfo López Mateos dirigió su “dedo” sucesorio hacia Gustavo Díaz Ordaz, aunque de inmediato se arrepintió porque “el feo”, como le decían al poblano le dio la espalda al ser ungido. Luis Echeverría recibió el beneplácito de Díaz Ordaz, pero lo hizo en medio de un conflicto personal que Díaz Ordaz nunca superó y que marco una lucha intestina entre ambos, expresidente y presidente. Se trató de u episodio en donde la sucesión fue una rehén de la política de baja estofa.

La tragedia de la presidencia de José Guillermo Abel López Portillo y Pacheco, JOLOPO como se le decía, se cuenta sola.

Embebido en el poder y la prepotencia que éste otorga, JOLOPO un día salió a vanagloriarse del dilema de su gobierno porque no sabía cómo administrar la abundancia que generaba el petróleo, pero otro lloraba ante el Congreso de la Unión por no haber sabido “defender el peso como un perro”. Pero en su grandilocuencia repetía: “no nos volverán a saquear”.

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En ese entonces, el nepotismo, el abuso de poder, el sueño de ser Tlatoani máximo cayó como el peso ante el dólar. El registro en la historia de esos episodios tragicómicos marcó a generaciones.

De ahí en adelante la sucesión se volvió más un asunto del presidente en turno, su soledad y sus delirios. Se trataba y se trata del dilema de decidir bien, de entregar los destinos de la nación al mejor hombre, o a la mejor mujer, que tenga los arrestos y esté a   la altura de la nación y de los tiempos modernos, se decía. En la realidad, todo eso esconde la vanidad del poder, el mareo de los tontos, que al subirse al tabique de la historia creen que la historia les pertenece.

De la Madrid, un presidente gris, de lento reaccionar, dejó a un ambicioso, Carlos Salinas que soñó con gobernar, directa e indirectamente, tres generaciones, pero quien no tuvo más remedio que, llegado el momento, decantarse por Ernesto Zedillo, en medio de la tragedia por el artero asesinato del candidato original, Luis Donaldo Colosio, cuya muerte en Lomas Taurinas, Tijuana, solo reveló que el poder en México es también una cuestión de bandas criminales y crimen organizado con máscara de políticos.

Ernesto Zedillo, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, son harina del mismo costal: una lucha descarnada del poder por el poder, historias de hijos corruptos y corruptores, y esposas o parejas se creyeron su papel.

Vendettas, venganzas, ambiciones personales, rencores, frustraciones y patologías personas también se han hecho presentes en el momento de la sucesión en cada sexenio de los arriba citados, decisiones de modernos tlatoanis que han costado mucho al país, por sus yerros.

Desde López Mateos hasta el actual presidente, México no es, ni ha sido mejor. Por el contrario, es un país en mayor decadencia política y gubernamental. El número de mexicanos pobres crece como la espuma y la violencia generalizada es la pesadilla actual.

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Sin embargo, el país sigue estando de pie y con mucha fortaleza, por su gente, por la sociedad, por ese mosaico social y culturan humano que construyen día a día todas las personas, ajenas a divisionismos, rencores y venganzas que les quieren imponer, conscientes de que su destino lo forjan a sí mismos cada 24 horas.

Pensar que, en este año, el 2023, las cosas serán distintas, es caer en el mismo juego de las vanidades.

No puede haber una sucesión por decreto. No existe esa divinidad que otorgue poderes superiores a una persona para hacerlo sabio unos minutos y decidir por un hombre o una mujer como decisión sacra. López Obrador es un político con intereses políticos, por más que se auto defina como el nuevo fundador de la República. Su sucesión es una cuestión de política pura, no de divinidades.

La política, dicen, es el arte de comer sapos y no hacer gestos -algunos utilizan palabras escatológicas para ejemplificar qué es la política- La sucesión presidencial en México, como se está viendo nuevamente, entra a ese camino empedrado de golpes bajos, intrigas, autoengaños, alianzas efímeras o falsas, cargadas, lambisconería, negocios y venta de lealtades. El Tlatoani es parte de lo mismo, y, por tanto, su mediación será resultado de su naturaleza.

 

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