Por Óscar Sánchez Márquez
Se le llama anhedonia y está afectando cada vez más a un mayor número de personas.
Es la incapacidad para experimentar placer, la pérdida de interés o de satisfacción en casi todas las actividades que realiza una persona. Se considera una falta de reactividad a los estímulos habitualmente placenteros.
Eso es lo que ocurre en muchos países a poco más de un año de haberse declarado la mayor pandemia del último siglo, la pandemia de coronavirus.
Todo en cuanto sucede actualmente en el mundo, tanto lo público como lo privado, alimenta a este trastorno emocional. Es la otra pandemia, la del deterioro de la salud mental que pocos gobiernos ven y muy pocos están haciendo algo al respecto.
La pérdida de un ser querido, la cancelación de un proyecto, la suspensión de clases en cualquier nivel educativo, la postergación de un plan o negocio, la pérdida del empleo e incluso las malas noticias sobre el deterioro de la economía local o la lentitud en la recuperación de la normalidad social y política, contribuyen a que muchas personas literalmente se sientan y actúen como un zombi.
Algunos expertos en comportamiento conductual advierten de este problema de salud que se presenta como un problema social creciente: la falta de ganas de hacer cosas o hacer las cosas, empleo, actividades personales y pasatiempos, sin interés, animo ni pasión.
La experta en ansiedad, Margaret Wehrenberg, autora del libro “Ansiedad pandémica: miedo, estrés y pérdida en tiempos traumáticos”, señala que la pandemia de coronavirus ha exacerbado ese tipo de comportamiento y actitud en las personas.
Para muchas de esas personas, de la edad que sea y sin importar la actividad a la que se dediquen, el día a día se presenta como la niebla, en color gris, lo que los hace actuar como robots, mecánicamente, sin pasión, sin interés, sin ánimo.
¿Por qué es importante analizar esta problemática y atenderla antes de que se genere en la sociedad otro tipo de manifestaciones conductuales?
La respuesta es que es urgente atender este fenómeno y a la vez problema porque ya de por sí la salud mental en la mayoría de la población mundial enfrenta una situación de fragilidad la cual ha sido exponenciada por los más de doce meses de encierro y por las muchas pérdidas, no solo de vidas humanas, sino de actividades y acciones que eran el motor de las personas.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, uno de cada cuatro personas en el mundo padece algún tipo de enfermedad o alteración mental, es decir el 25 por ciento de la población, lo que representa cifras considerables.
La anhedonia conductual de la pérdida de sentir placer y sus actividades, atrapa cada día a miles de personas y aunque a la fecha no se sabe cuántas personas han perdido la vida derivado de ese tipo de afectaciones emocionales, la realidad indica que en el mundo real un mayor número de personas vive en lo que los expertos llaman el “hastío existencial”, una crisis pospandémica de productividad, de voluntad o de entusiasmo.
Una encuesta reciente del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, realizada en Estados Unidos, reveló que en enero pasado un 37 por ciento de los entrevistados dijo sentirse ansioso o deprimido contra un 11 por ciento que había en abril del 2020.
También 34 por ciento dijo sentirse agotado contra el 27 por ciento de abril del año pasado; 22 por ciento se dijo deprimido contra el 17 de abril pasado y 34 por ciento se autodefinió estresado, contra el 34 por ciento registrado en el primer cuatrimestre del 2020.
La experta en ansiedad, Margaret Wehrenberg, considera que hoy el mundo vive un “agotamiento pandémico”.
Si en nuestra casa, en las oficinas de trabajo, redacciones, áreas técnicas, administrativas u operativas, observamos a una persona que literalmente está en “otro mundo”, que se observa que “no le echa ganas”, que le falta concentración o está desganado, no hagamos un juicio ligero sobre él, quizá es una víctima más de la crisis pandémica de anhedonia.