*Se desmorona la base en que López montó la Cuarta Transformación
Miguel A. Rocha Valencia
Lenta pero inexorablemente con el consentimiento de López, se destruye la base sobre la cual cimentó su proyecto de gobierno: acabar con la corrupción esa que todos los días, a un año y medio de asumir el poder, sigue siendo la disculpa del fracaso y su justificación ante su incapacidad de ejercer su responsabilidad como presidente de México.
Todos los días, surgen denuncias, hechos, escándalos relacionados con la corrupción de su gobierno, en el seno de su propia familia con el escandaloso enriquecimiento de sus hijos que se exhiben como millonarios, al tiempo que el tlatoani exige a todos vivir austeramente, no robar y no mentir.
A la familia se suman los amigos de campaña, a los aventureros que sin mayor mérito que ser genuflexos ante su figura, opiniones y decisiones aunque estas vayan contra los intereses del país y sólo sirvan para destruir a México y fomentar la integración de ejércitos de incondicionales.
NI siquiera iniciaba el sexenio y los negocios para los amigos se multiplicaron, surgieron empresas de microondas a quienes se entregaron contratos por asignación directa.
Fueron más de 350 mil millones de pesos mediante el 78 por ciento de los más de tres mil contratos que asignó el gobierno de manera directa, sin licitación alguna, donde se incluye la contratación del sistema computacional del Banco de del Bienestar y sus más de 2500 sucursales.
Y aunque por declaratoria de López desde el primer día de su mandato la corrupción terminó, sigue acusando de serlo a opositores, en tanto que los Bartlett suman millones, el Inegi subraya un crecimiento acelerado durante este gobierno, principalmente en los actos administrativos, servicios públicos y de seguridad. Pero López dice que tiene otros datos.
Se sumarían los de Luisa María Alcalde, secretaria del Trabajo con el nepotismo de su familia, igual que los de la titular de la Función Pública y su marido, la entrega de obra pública a sus amigos de siempre, los contratos sin licitar por mil millones a una empresa de alimentos, las trampas y negocios de Rocío Nahle, las “compras” de materiales médicos de tercera y encarecidos, los subejercios disfrazados de ahorros para transferirlos a programas clientelares.
Pero el mayor fraude y por lo tanto acto de corrupción es no aceptar la responsabilidad de gobierno y continuar culpando a los que se fueron de todo lo que hacen mal “porque así se los dejaron”.
Ese es el peor acto de irresponsabilidad de alguien que buscó la presidencia y anunció que habría crecimiento económico, disminución de la pobreza que hoy se socializa, término de la inseguridad que hoy fomenta consintiendo a los grandes capos del crimen.
Corrupción es también, hacer mal uso de los dineros públicos, los cuales gasta de manera indiscriminada, sin rendir cuentas, acabando con instituciones y robándoles su patrimonio.
Y todo lo justifica. A los ladrones, asesinos, defraudadores y narcotraficantes, los exonera de culpa porque él los perdona; permite que se viole la ley e imparte “su” justicia como en el caso de Notimex y a los rateros que militan a su lado los santifica no obstante ser peores de los que dice que sacó del poder. Captura de capos y decomisos, cayeron a una tercera parte.
Sabe, porque no es tonto, que eso mina la credibilidad, pero al mismo tiempo construye la base clientelar en la que busca sostener una administración de las peores, que intencionalmente dinamita instituciones y empobrece a los mexicanos. Ese es el mejor caldo de cultivo para sus planes.
Allá él, pero lo más claro es que la lucha anticorrupción, piedra angular de su discurso se desmorona por ser de barro, por cierto, de origen muy corriente.