*Ponerse a los pies del narco no mancha, pero sí dialogar con gobernadores
Miguel A. Rocha Valencia
Preocupa la actitud del profeta tabasqueño que, en vez de unir a los mexicanos, nos divide y confronta cada vez más. Como pocas veces, la tercera parte de los gobernadores de este país se le encaran y le exigen trato justo y él, los rechaza con el falso argumento de salvaguardar la investidura presidencial que puso a los pies de la madre del mayor de los narcotraficantes del país, María Consuelo Loera Pérez, bajo cuyas órdenes colocó a los secretarios de Gobernación, Olga Sánchez Cordero y de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubon.
Pero, además, como cortesía de la Presidencia que dice representar, ordenó la libertad de Ovidio Guzmán, hijo del “señor” Guzmán Loera a quien el tlatoani de Palacio Nacional, ofreció disculpas por decirle “Chapo”.
Eso para López no es poner en entredicho la investidura presidencial, pero sí, reunirse con diez gobernadores que le piden diálogo; a varios de ellos ni siquiera se digna mirar o darles alguna cita para que, dentro del pacto federalista, le planteen los problemas de sus entidades o a la mejor, para rendir pleitesía al caudillo del sureste.
También es arriesgar la “investidura presidencial”, manchada por tantos casos de corrupción de la Cuarta, atender a ilustres personajes que incluso fueron compañeros de lucha como el poeta Sicilia o los papás de mujeres y niños asesinados.
Igual sería rebajar la investidura presidencial recibir o escuchar a los papás de niños con cáncer, familiares de desaparecidos o mujeres agredidas o asesinadas.
Todo eso resulta ofensivo para el semidios que, desde su púlpito en el Zócalo, señala con índice flamígero a los pecadores, a los corruptos y conservadores, especialmente si se atreven a cuestionar sus métodos que, en muchos casos, contravienen la ley, esa que ofreció “cumplir y hacer cumplir”, porque él ya hizo la suya y es la única que vale.
Por eso es capaz de acusar a quien se le venga en gana, manipular la norma al cumplimiento de sus caprichos gracias al sometimiento de los expoderes de la unión representados por el Congreso federal y la Suprema Corte de Justicia.
Desdeña desde ahí a los mexicanos de bien, a los enfermos, agredidos y hasta los empresarios más por conveniencia que por patriotismo, podrían ayudarle a sacar al país de la crisis en la cual se encuentra.
Desprecia igual a quienes sí saben, a estudiosos, científicos o intelectuales por el simple hecho de saber más que él y lo exhiben en su ignorancia; los acusa de “arrogantes” y casi los coloca como enemigos del pueblo, más si alguno de esos universitarios se atreve a criticarlo. De un plumazo lo convierte de persona respetable en un vil traidor a la patria.
Y en medio de todo, un México que se debate en los mayores índices de violencia con más de 63 mil asesinatos en menos de dos años; casi 200 mil muertos por el irresponsable manejo de la pandemia de SARS-CoV-2, y una depresión económica que habrá de profundizarse pues no hay con qué reactivarla.
Pero eso no importa como tampoco los millones de seres afectados por las crisis de seguridad, salud y económica; pensar en ellos es poner en riesgo la investidura presidencial; aquí lo primero es el proyecto personal de quien se siente mesías, predestinado a salvar a los pobres empobreciendo a todo un país.
Por ello concentra el poder y el dinero para otorgar su generosa limosna a quienes lo sigan y pagar la lealtad absoluta de sus lacayos convertidos en diputados, senadores, jueces, gobernadores y todo aquél dispuesto a aceptar el dogma del pontífice.
Empero, México es más que un sujeto mesiánico, un caudillo, profeta o tlatoani. Las voces ya se alzan, incluso en pleno Zócalo de la Ciudad de México y que López se niega a oír; se oyen en diversas entidades federativas que claman ser escuchadas en la persona de gobernadores, congresos locales, organizaciones civiles, científicos, intelectuales, empresarios, periodistas y un cúmulo cada vez mayor de mexicanos que pensamos distinto, y vemos una realidad diferente a la de quien se escuda en la “investidura presidencial” para no ver a un pueblo que le demanda asumir su responsabilidad de presidente de la República y no la de un líder megalómano sectario.