Por: Armando Enríquez Vázquez
*Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de MegaUrbe.
Oklahoma 148 es la dirección de la casa donde pase mi infancia y adolescencia, los textos de esta colaboración tienen que ver con esos años y las reflexiones que hago 40 años después.
Durante la primera mitad de la década de los años 70 en la Ciudad de México los apagones eran algo común. En la casa mi madre tenía cajas de velas para enfrentar la contingencia cotidiana. Y las linternas de mano que funcionaban con pilas D de Ray O Vac o Gato Negro se descargaban de manera casi inmediata por lo que servían básicamente para buscar en closets y covachas algo que se había olvidado dejar a la mano.
En aquellos días, no había la dependencia electrónica de nuestros días, los teléfonos funcionaban sin importar la electricidad, pero tampoco existía la costumbre de hablar por teléfono todo el día, porque entonces las tarifas de Telmex eran muy altas, a pesar de ser una empresa paraestatal Telmex era igual de incompetente que hoy. En aquellos años no había computadoras y si no podíamos ver la televisión durante las horas o largos minutos que duraba el apagón en el día había otras maneras de pasar el tiempo empezando por la lectura y juegos diversos. Cuando los apagones se extendían de la tarde a la noche entonces comenzaban a surgir los temores que las historias sobrenaturales de las trabajadoras domésticas de la casa producían en nosotros. Niños que durante el día las atosigábamos para que nos contaran las tradiciones populares que ellas conocían al dedillo acerca de brujas y espantos y que entre los mayores lográbamos conseguir en diferentes momentos del día y que nos contaban en diferentes versiones para más tarde reconstruirlas y predisponernos con ellas. Una de las que más miedo me daba era la historia de que si veíamos fijamente el reflejo de la llama en el espejo después de un tiempo se aparecía el diablo. Para colmo mi madre tenía por costumbre poner las velas enfrente de los espejos para que el resplandor duplicado alumbrara un poco más, entonces caminar los pasillos donde se encontraban esos espejos se convertía en un reto. Y si el apagón sucedía en las noches de lluvia torrencial del verano era todavía peor el asunto. Las sombras creadas por los relámpagos en las ventanas, la incertidumbre que siempre provoca la oscuridad y los movimientos de 9 personas y los ruidos naturales de una casa y de la calle, más la danzante llama y su reflejo creaban una atmosfera de terror que ninguna película pudo superar jamás. Esas historias nunca nos las hubieran contado mis padres.
Un apagón nocturno también equivalía al aburrimiento y desesperada espera por el regreso de la luz para poder terminar las tareas que los juegos de la tarde habían retrasado, llevar a cabo los preparativos finales para el siguiente día escolar y darnos cuenta qué se nos había olvidado comprar alguna monografía en la papelería.
En esos años no bastaba con las velas había que tener cajas de fusibles que ayudaran a restaurar la energía eléctrica que debido a la mala calidad de la electricidad y a la falta de control en el voltaje se fundían y quemaban con cierta regularidad. Los fusibles son unos pequeños cilindros con cuerpo de baquelita y dos puntas destornillables de cobre, en su interior va una tira metálica llamada listón. Mi padre me enseñó a cambiarlos. Abrir la caja de los fusibles me producía el mismo temor que levantar y sostener la mirada frente al espejo con la imagen doble de la llama.
Mientras una representaba sobre natural con los fusibles existía la posibilidad de morir electrocutado, convertido en un montoncito de ceniza; otro de esos mitos de la infancia producto de la televisión, con el paso de los años aprendí que no era así de poético. Tras bajar la cuchilla que permitía el paso de la energía eléctrica, había que desprender el fusible que entraba a presión y si lo jalabas con fuerza podías, al menos en la caja de la casa, subir las cuchillas y producir el accidente eléctrico. Esa era la operación clave. Una vez extraído el fusible se verificaban los listones metálicos y reemplazaban, o en el mejor de los casos si el fusible estaba carbonizado, sólo había que poner un nuevo sin llevar a cabo la operación de sustituir el listón, el fusible de repuesto ya tenía uno.
La energía eléctrica en México era conducida por ineptos funcionarios. Para mayor negocio del demagogo y corrupto Luis Echeverría y sus secuaces, algunos de los cuales sorprendentemente han sobrevivido 50 años en el escenario político, se cambió el ciclaje eléctrico del país de 50 a 60 ciclos en 1974, además de lo que hayan cobrado a los ciudadanos, que no conozco, existió una gran campaña publicitaria en medios y trípticos sobre el asunto y se creó un personaje al que se llamó foquito. Todo provocó que alguien se llenara los bolsillos con el dinero de los contribuyentes.
La política energética de los años 70 poco ayudó a la economía familiar, pero lleno de historias mi niñez y adolescencia.
El reciente apagón nacional, me recordó aquellos días y no sólo por el hecho de que de buenas a primera no hubiera energía eléctrica, si no básicamente por la arrogancia del gobierno federal al inventar mentiras sobre el origen de la falla, para justificar los negocios del director de la CFE y el dueño de las minas de carbón del país, me recordó el cinismo que durante más de 70 años fue la principal defensa del PRI frente a los cuestionamientos y preguntas de los mexicanos y lo peor me recordó el origen priísta del presidente y su gabinete.