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Narrativas y hegemonías de poder – Opinión

por Redacción
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Para Stuart Hall, el poder de las narrativas del poder público radica en su capacidad para fijar el significado de los eventos y enmarcar las percepciones colectivas

Por Oscar  Sánchez Márquez

En el incipiente análisis para encontrar las razones de fondo del triunfo arrollador de Morena en las recientes elecciones, se plantea como un parteaguas que la mayoría de la población en edad de votar haya sufragado por la continuidad de la 4T, no obstante los riesgos que ello significaba (según los argumentos de opositores y analistas), como el debilitamiento de la estructura democrática, la eliminación de instituciones clave en el contrapeso al gobierno y el soslayo a serios problemas económico-financieros de corto y mediano plazo.

Un caricaturista de ingenio único y la claridad del momento político plasmó en una de sus recientes entregas a una multitud frente a las urnas con los ojos tapados por billetes: mensaje según el cual, ninguno de ellos ve algo de lo que tanto se critica. El cartón proyectaba una situación que parece obvia, sin embargo, desveló lo cruel de las narrativas políticas y su poder mayúsculo.

Para Stuart Hall (1980), el poder de las narrativas del poder público radica en su capacidad para fijar el significado de los eventos y enmarcar las percepciones colectivas.

Igual de significativo resulta la definición de George Lakoff (2004): las narrativas políticas son estructuras mentales que configuran nuestra visión del mundo y nos ayudan a interpretar la realidad. En el ámbito político, estas narrativas se convierten en herramientas esenciales para los gobiernos, ya que permiten enmarcar políticas, justificar acciones y conectar emocionalmente con la ciudadanía.

Lakoff, investigador de lingüística cognitiva, subraya la importancia de que el uso de los marcos cognitivos, las metáforas conceptuales -el bueno y el malo- y los marcos morales en la comunicación política -el benefactor y el ególatra-, generan elementos que no solo influyen en la percepción y la comprensión del público, sino que también juegan un papel crucial en la formación de opiniones y decisiones políticas.

La narrativa construida  e implementada de manera constante y consistente desde el espacio de poder público -dos elementos claves, según los especialistas citados-, es decir el discurso generado por el o los gobiernos, permite generar poderosos filtros a través de los cuales los ciudadanos comunes interpretan de manera más fácil la realidad que se les presenta, por el manejo estratégico de  marcos conceptuales y metáforas  -por ejemplo: conservadores, corruptos, neoliberales-,  y eso lleva a que esa narrativa la hagan suya  los ciudadanos, la asimilen y la  defiendan.

En política, y tratando de encontrar una respuesta a lo ocurrido en las pasadas elecciones federales, todo lo descrito no encierra nada nuevo, es lo que los estrategas electorales utilizan en sus planes de campaña y en el marketing de gobierno.

Sin embargo, existen dos trampas que son las que pocos alcanzan a visualizar.

Una de ellas, la más obvia, es que el populismo, ya sea de izquierda o de derecha, si es que todavía se pueden generar esas divisiones geopolíticas, alimenta en gran medida esas narrativas y su efecto negativo es proporcional al fin último que se define.

El lema de campaña de Donald Trump, Make America Great Again, Hacer que Estados Unidos Vuelva a ser Grande, es la punta de lanza para un reagrupamiento de los nacionalistas norteamericanos, más que un llamado busca sacar a EU de la situación  en la que se encuentra. Pero, para miles de norteamericanos, un nuevo triunfo de Trump representa una regresión democrática.

Narrativas y hegemonías de poder - Opinión

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El “Take Back Control”, volver a recuperar el control, utilizado por los grupos de ultraderecha de Europa para sacar a Inglaterra del Brexit, con todas las implicaciones que ahora enfrenta esa región, la mayoría de ellas  negativas  y de efectos expansivos, es una muestra de que la narrativa es un arma muy poderosa, pero no necesariamente es una herramienta que fortalezca  la democracia, transparente las decisiones de gobierno o refuerce valores superiores universales, como esperanza, desarrollo  o prosperidad, porque se utiliza con fines puramente hegemónico

La segunda trampa detrás del uso de las narrativas desde el poder público es mucho más peligrosa porque conlleva riesgos autoritarios.

Así como se puede moldear el pensamiento y el actuar de millones de personas para que voten por una o un candidato determinado, cuya narrativa plantea salidas rápidas, soluciones prácticas y respuestas efectistas a problemas de suyo complejos en lo político, económico, social, cultural y operativo, es claro que para quien usa esas narrativas como ejercicio de gobierno, representa una tentación para que puedan  desaparecer los límites que todos conocemos.

El poderoso uso de recursos narrativos del “ellos vs nosotros” -pueblo bueno y sabio frente a conservadores corruptos, por ejemplo-, al que alude con sus textos el lingüista Lakoff, ayudan a legitimar o deslegitimar a una entidad pública, gobierno, empresa o persona u organización, pero también moldean decisiones electorales. La construcción de estas narrativas afecta la percepción y acción de los votantes, consolidando o desafiando el poder establecido.

En México, el gobierno de la 4T ha establecido su narrativa desde el día uno de gobierno y la sostiene ahora en lo que se proyecta como el segundo piso de la 4T. Precisamente ese concepto del segundo piso  es parte de esa narrativa inicial, permanente y consistente, que ha tenido los resultados electorales hoy conocidos por propios y extraños.

Esa narrativa que permea se desdobla en los diversos ámbitos en donde el gobierno quiere influir y tomar decisiones. La narrativa oficial de la reforma al Poder Judicial sigue el mismo esquema, generar conceptos lingüísticos, como jueces y ministros corruptos, utilizar estratégicamente las metáforas, como jueces que ayudan a los poderosos y no al pueblo; y buscan reducir todo a que la elección de jueces pondrá la justicia en manos del pueblo.

Un gobierno que domina la creación y difusión de narrativas efectivas puede moldear la opinión pública y dirigir el debate político en direcciones favorables a sus intereses. Las narrativas pueden ser empleadas para desviar la atención de problemas internos o para construir un enemigo externo. Una narrativa coherente y persuasiva puede mantener el apoyo popular incluso en tiempos de crisis.

Las narrativas no solo ayudan a un gobierno a llegar al poder, sino que también son cruciales para su permanencia y desarrollo. Las palabras y las historias que contamos pueden ser tan importantes como las acciones que emprendamos.

Por Oscar Sánchez Márquez

Especialista en comunicación política y periodista

@delvalle1968

 

 

 

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