No estamos en un país donde las cosas caminan bien. Eso es un hecho.
Por Óscar Sánchez Márquez
Andrés Manuel López Obrador llega a su Segundo Informe de Gobierno en medio de históricos claroscuros, algunos considerados insuperables.
Lo que los mexicanos, empero, no debemos dejar de ver es que México es más que sus instituciones, México es su gente, la sociedad, el ciudadano del día a día, el servidor público, el empresario, el estudiante, el profesor, el académico, el investigador. Ese es el México que hay que evaluar.
Sin duda que desde el pasado julio de 2018 la correlación de fuerzas políticas y el pensamiento ideológico que se aplica sobre el rumbo que debe seguir nuestro país han cambiado drásticamente, algunas para bien, otras para mal, pero el balance final, irreductiblemente, lo dará el tiempo. El tiempo sabio.
No hay que escamotear al presidente López Obrador que su cruzada en contra de la corrupción en todos los ámbitos de la vida pública y privada del país ha sido el eje de su administración y, quizá, su mayor preocupación, no de ahora, sino desde su paso del institucionalismo a la oposición.
Cierto, el grave riesgo que se cierne ahora en medio de esa cruzada nacional contra la corrupción es que se desdibuje el Estado de Derecho y que con ello no solo se fracture, sino que se rompa el equilibrio de la aplicación de la ley y de la gobernabilidad misma. Pero por ello, la sociedad en su conjunto debe mantenerse firme en el fondo como en la forma. Ambas no pueden estar desvinculadas.
El combate a la pobreza es otro de los rubros en los que el llamado gobierno de la 4 T ha centrado sus esfuerzos. Sin experiencia en el ejercicio de gobierno, con mucha improvisación y no sin omisión e irresponsabilidad evidente, esa tarea se mantiene firme.
Nuevamente el centro de atención de la sociedad en general debe ser corregir esas desviaciones o manipulaciones políticas que muchas veces esconde -falta claridad en la operación de censos y recursos-, pero no dejar de ver que la pobreza en el país no solo es vergonzosa, sino una deuda histórica que no debe perpetuarse más.
El que más del 60 por ciento de la población del país se encuentre en la mal llamada línea de pobreza o pobreza extrema -como si la marginación y la desigualdad social pudiera medirse por distancias o aproximaciones- solo habla de un Estado que históricamente no ha hecho lo que le corresponde, pero también habla de gobiernos que han basado su estrategia de combate a la marginación y miseria en el discurso atractivo, populista.
Podemos seguir uno a uno con el repaso de los claroscuros de este gobierno, para algunos de izquierda, para otros más neoliberal que los neoliberales, pero la realidad es que el momento histórico de México exige, de todos, sin excepción, definiciones concretas de cara al mayor reto que haya enfrentado la nación en los últimos 80 años: la pandemia de Covid 19 y el desplome de la economía, lo que provocaría dos décadas en lograr una recuperación al nivel previo a la aparición del virus en nuestro país.
Uno de los principales paradigmas que debemos asumir gobierno y sociedad es acabar con la confrontación. La rivalidad que se respira y vive segundo a segundo en todos los ámbitos de la vida nacional, sencillamente no puede seguir.
El debate político, la pluralidad, el disenso constructivo, ha sido eliminado por el vituperio, la manipulación del diálogo, la mentira, hasta llegar a niveles de odio y descalificación personal.
La lucha por el poder y la lucha entre grupos políticos ha generado un marcado divisionismo en todos los ámbitos de la sociedad. Comenzamos a vernos como oponentes, más que como ciudadanos, y eso no puede seguir así, a menos que asumamos que las dos décadas que tardará la recuperación del país se extienda a tres o cuatro, hasta que podamos abrir los ojos respecto a lo que nos conviene.
No estamos en un país donde las cosas caminan bien. Eso es un hecho. Por lo mismo, porque muchas cosas van por senderemos que no nos imaginamos y que pueden ir por derroteros todavía peores, es que la sociedad, el ciudadano como tal, constituye hoy y siempre la mayor fortaleza para cambiar esta nación.
Hagamos valer nuestra condición de ciudadanos, más que de militantes o simpatizantes; veamos qué nos corresponde hacer en nuestro círculo inmediato, más que esperar a que la ayuda cargada de política y demagogia nos llegue; veamos como superamos los desafíos inmediatos como individuaos y como sociedad.
Se antoja difícil, complejo, incluso imposible. Pero partamos de una realidad irrefutable. Como mexicanos tenemos pasado, tenemos historia, las gestas independentistas y revolucionarias nos han forjado un carácter fuerte y para nada sumiso. Pero lo más importante, tenemos futuro, lo hemos demostrado, a pesar de crisis económicas y financieras, a pesar de funcionarios indolentes y corruptos, a pesar de desastres naturales o amenazas supranacionales, México sigue aquí, de pie y eso es resultado de todos nosotros.
La vorágine que ha generado la 4T, con sus decisiones, políticas, funcionarios, estilos e incluso tentaciones autoritarias, es el punto de partida para actuar como sociedad a fin de superar esos y otros momentos que sin duda vendrán, pero siempre pensando en México, como Nación, no en México como proyecto político.
El Segundo Informe del presidente Andrés Manuel López Obrador no es ni puede ser nuestro destino, ni nuestra perspectiva; es un punto para el análisis y la reflexión del México que queremos ver, no en dos décadas, sino en el corto, mediano y largo plazos.