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Medio Oriente respira… pero México sigue sin despegar

por Redacción
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Ernesto Madrid

El mundo financiero tuvo un pequeño respiro. Bastó con que Irán insinuara su disposición a retomar el diálogo nuclear para que los mercados globales aflojaran los dientes y el riesgo, al menos por unas horas, se retirara discretamente al rincón. Los precios del crudo y del oro cayeron, mientras las bolsas, encabezadas por el S&P 500, cerraron con ganancias. Un buen gesto en un mundo donde el nerviosismo es la nueva normalidad.

Pero, como siempre, México va por otro carril.

Mientras Wall Street se entusiasma con la posible contención geopolítica en Medio Oriente —ese polvorín de vieja data— y sueña con que la inflación no vuelva a calentar motores, la Bolsa Mexicana de Valores no logró subirse a ese tren de optimismo. El S&P/BMV IPC cayó 0.68% y el FTSE-BIVA 0.69%. Aquí no hubo respiro ni rebote, sólo más señales de fatiga económica.

La explicación está a la vista: el consumo privado sigue flojo, sin energía ni empuje. El indicador oportuno anticipa que en abril el crecimiento fue de apenas 0.1% y en mayo simplemente cero. Sí, cero. Ni para arriba ni para abajo. En términos anuales, la caída en el primer trimestre fue de 0.9% y el futuro inmediato no ofrece mejores números: -0.8% en abril, -0.5% en mayo.

Peor aún: el sector manufacturero tampoco da buenas noticias. El personal ocupado, las horas trabajadas, las expectativas… todo se mueve sin fuerza o hacia atrás. La única excepción es la remuneración media, que tuvo su mejor crecimiento desde abril de 2022. Pero un dato aislado no hace primavera económica.

Medio Oriente respira… pero México sigue sin despegar

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El peso mexicano, eso sí, sigue dándole gusto a los operadores: se apreció ligeramente frente al dólar hasta ubicarse en 18.91 pesos por billete verde. Pero no nos engañemos: la moneda se mueve más por la debilidad global del dólar que por méritos propios de la economía nacional.

El gran problema es otro, y es local: la incertidumbre política y económica de México es la que no se disipa. La imposición de aranceles en Estados Unidos, tan volátiles como el humor de su clase política, dificulta cualquier planeación empresarial. La inseguridad pública sigue asustando a las inversiones. Y el consumo privado —ese motor interno que debería sostenernos— está debilitándose.

A este panorama se suma una paradoja irritante: mientras en Palacio Nacional se presume un ambicioso “Plan México” para atraer inversión y detonar infraestructura, en los hechos la ejecución es lenta, incierta o simplemente difusa. Las necesidades son obvias: mejor infraestructura energética, mejores carreteras, mejores puertos, mejor seguridad pública, pero las señales políticas no terminan de convencer a los inversionistas privados, que siguen esperando claridad y reglas firmes.

El gobierno no puede controlar el conflicto Israel-Irán. Tampoco puede decidir la política monetaria de la Reserva Federal. Pero sí puede garantizar que invertir en México deje de ser una apuesta a ciegas.

Mientras Irán y Tel Aviv juegan al ajedrez diplomático y Washington mide sus pasos, México sigue atrapado en su laberinto de indefinición económica. El mundo respira con cautela… pero nosotros apenas y nos movemos.

El riesgo geopolítico amainó, por ahora. Pero el riesgo interno —el de la parálisis económica— sigue ahí, tan real como siempre.

@JErnestoMadrid

jeemadrid@gmail.com

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