Óscar Sánchez Márquez
Como si se tratara del juego de la tómbola, en la elección federal 2021, considerada como la contienda má grande en la historia contemporánea del país, todos pierden.
A estas alturas de las campañas y dado el nivel de violencia, crispación social, ausencia de oferta política real y nula propuesta de cara a la nueva realidad que impone la etapa post-covid, las elecciones del próximo 6 de junio serán un refrendo de la voluntad política electoral extraviada.
En primer lugar, en esta elección pierde el presidente Andrés Manuel López Obrador y su partido, Morena, porque no ha logrado responder a las expectativas de su triunfo en el 2018. Lejos de acrecentar su fuerza y arraigo político, la 4T está hoy inmersa en un mar de descrédito, desatinos y, paradójicamente, en una marcada división de la sociedad mexicana que hoy le juega las contras.
Pierde también el Instituto Nacional Electoral, cuyo consejero presidente, Lorenzo Córdova Vianello, cayó en la tentación del poder y su protagonismo ha llevado a esa institución al nivel más bajo de institucionalidad y responsabilidad que le eran característicos.
Los intentos desde el Ejecutivo por quitarle fuerza, peso, poder y atribuciones al INE, tal y como ha quedado documentado recientemente, es el resultado de un autodebilitamiento en gran medida por el protagonismo de Lorenzo Córdova, por su afán de ser el defender de la democracia amenazada, pero utilizando las mismas tácticas que el transgresor.
También pierden los partidos políticos, PRI,PAN,PRD, MORENA, Partido Verde, Convergencia, Encuentro Solidario, Fuerza por México, chicos y grandes, viejos y nuevos. Todos ellos perdieron ya la oportunidad histórica de construir en tres años de gobierno de la 4T una oposición seria, responsable, con altura de miras, con capacidad para hacer frente a los desafíos democráticos del país, pero sobre todo para generar proyectos de una transformación de verdad.
La oposición se quedó con el discurso antiAMLO, sin darse cuenta de que le hicieron el juego al presidente de la República con esa narrativa de resonancia, porque utilizaron el poco tiempo que tenían para segur empoderando a un líder y no a construir su propio proyecto. Por eso vemos que, en las campañas y los spots electorales, lo que priva es el escándalo, el chiste, el show, la diatriba, la grosería, pero no la propuesta de unidad, convergencia, responsabilidad, trabajo conjunto y, sobre todo, voluntad compartida.
Y, por último, perdió la sociedad, el ciudadano de a pie, porque esta elección, como lo han sido en su mayoría las elecciones en México, los ciudadanos son los que menos cuentan. Solo hay que ver el nivel de candidatos que están compitiendo por una gubernatura, una diputados local o federal, una alcaldía o una presidencia municipal.
Salvo honrosas excepciones, que se cuentan con los dedos de una mano, la mayoría de los candidatos son dignos representantes de la corrupción política institucionalizada, tienen nexos con delincuentes o con el crimen organizado o su preparación social, político y profesional deja mucho que desear.
Perderá nuevamente el electorado, que creía que después de esta alternancia de un gobierno que se autodefine de izquierda, hiciera que los líderes de los partidos políticos, legisladores y funcionarios que están en la política, construyeran, en coalición o de manera individual, una alternancia política que viera hacia el futuro, que tuviera ideas claras frente a los retos locales y globales de combate a la marginación y pobreza, que tuvieran propuestas realistas y justas en materia de migración, calentamiento global y escasez de agua, por ejemplo.
El 6 de junio próximo ocurrirán dos cosas. La gente saldrá a votar sin rumbo claro y, quienes resulten “ganadores”, habrán perdido la oportunidad que tenía México.
