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Por Óscar Sánchez Márquez
El jefe máximo de la 4T analiza llevar sus conferencias de prensa a los sábados de cada semana para, argumenta, contrarrestar las campañas de desprestigio en contra de su gobierno por parte de la prensa amarillista y sensacionalista manejada, afirma, por el conservadurismo.
Dicho planteamiento, visto desde el enfoque de la imagen política y la comunicación gubernamental, significa que sus mañaneras ya no están siendo tan efectivas como al principio y que al gobierno de México le cuesta cada día más trabajo colocar su narrativa de que todo está bien y que no pasa nada en México.
Esto no quiere decir, hay que aclararlo, que el presidente Andrés Manuel López Obrador, como jefe máximo de la 4T, registre porcentajes de aceptación social superiores al 55 por ciento, inusual para cualquier presidente mexicano que esta por llegar a su quinto año del sexenio.
Pero una cuestión es popularidad y la otra eficiencia en el ejercicio de gobierno. De hecho este es el fondo del populismo, a decir de destacados politólogos y analistas de la política. El populismo ha creado personajes profundamente populares, pero tremendamente incapaces de encabezar gobiernos ejemplares.
Las masas, así en plural, son el objetivo de estos políticos con dicho perfil. Buscan atender premisas que aparentemente resuelven las principales demandas y necesidades de “las masas”, pero a nivel de “ciudadanos”, de entes individuales con perfiles y necesidades múltiples, el trabajo de gobierno dista mucho de rendir los resultados esperados.

El declive de la narrativa oficial – Opinión
Resultado de esta visión del cómo y dónde hacer política y gobierno, el país vive una realidad que está a miles de kilómetros de distancia de la narrativa oficial de la 4T que remarca transformaciones macro, toma de decisiones que plantean un cambio de fondo, que definen un “antes y un después” y que, principalmente, enarbola un gobierno exitoso, popular, aclamado y, por tanto, merecedor de ser votado en un nuevo periodo sexenal.
Sin embargo, el día a día, desde Tijuana, Baja California hasta el Soconusco, Chiapas, la situación en la economía, empleo, seguridad pública, paz social, salud, medio ambiente y cohesión social, se deteriora de manera más que preocupante.
No se trata de replicar el discurso negativo, que también forma parte de este ecosistema político tóxico, sino de señalar con evidencia y datos en la mano, como se encuentra cada uno de estos rubros.
Hasta hace unos meses, por ejemplo, se advertía de la peligrosa expansión del crimen organizado, que trascendía geografías locales para apoderarse de nuevas regiones. La Ciudad de México, por ejemplo, es hoy el banco de grupos criminales que lo ven como la “nueva plaza” a conquistar y de ahí la disputa que se vive.
Hoy ya se habla de “narcoterrorismo”, no como un proceso para adjetivar un clima social violento, sino derivado de la acción concertada y estratégica de violencia que desestabilizó, al menos por algunas horas o días, a gobiernos municipales y estatales.
Hoy también comenzamos a escuchar al interior del propio grupo en el poder, MORENA, auto reclamos de tolerar al “narco poder”. El caso reciente es Baja California y Jaime Bonilla.

El declive de la narrativa oficial – Opinión