• La recuperación histórica del salario mínimo no ha detonado la inflación como advirtió el dogma neoliberal, pero analistas alertan que, sin productividad y formalización, el modelo alcanzará pronto sus límites.
Ernesto Madrid
Durante décadas, la política económica mexicana se aferró a una premisa incuestionable: subir el salario mínimo provocaría automáticamente una espiral inflacionaria. Fue el argumento que sostuvo la contención salarial durante todo el periodo neoliberal, aun cuando la evidencia internacional ya mostraba matices más complejos. La “cuarta transformación” rompió con ese tabú. Elevó el salario mínimo por encima de lo que ningún gobierno reciente se atrevió, y la inflación —al menos en su primera etapa— no reaccionó como se había predicho.
Pero lo que inició como una victoria simbólica y económica comienza a mostrar tensiones debajo de la superficie.
Con el incremento de 13% previsto para 2026, y una inflación proyectada de 3.8% al cierre de este año, el aumento real será de 8.8%. Desde 2017, cuando comenzó la nueva política de incrementos reales, el salario mínimo habrá recuperado más de 110% para enero de 2026. Una corrección histórica, largamente pospuesta.
Sin embargo, la otra mitad del retrato revela un desafío estructural. La informalidad, que afecta al 55% de la fuerza laboral de acuerdo con la última cifra del INEGI, limita la capacidad de la economía mexicana para absorber esos aumentos sin fricciones.
La OCDE documenta que la productividad de un trabajador informal puede ser hasta 70% menor que la del formal. Y ahí reside el problema central: México está aumentando salarios en una economía donde la mitad de los trabajadores produce muy poco porque carece de tecnología, capital y capacitación.
La productividad laboral cayó 6.6% en los últimos años y, desde 2018, dejó de ser prioridad explícita en la narrativa económica gubernamental. “Trabajamos más, pero producimos proporcionalmente menos”, coinciden analistas consultados, lo que genera un rezago que tarde o temprano se traslada a costos.
Entre 2020 y 2024, los costos laborales unitarios aumentaron cerca de 9%. No es un nivel alarmante, pero sí presiona a las pequeñas y medianas empresas, que ya operan con márgenes estrechos, para replantear inversiones y contrataciones.

El mito que se desmorona: aumentos al mínimo sin espiral inflacionaria… ¿hasta cuándo?
En este escenario, la informalidad sigue funcionando como válvula de escape: cuando la economía formal se tensa, el empleo crece… pero en el sector informal. El círculo vicioso se refuerza: más informalidad, menor productividad; menor productividad, más dificultades para absorber incrementos salariales.
Aunque los primeros años de incrementos no presionaron los precios, la situación empieza a cambiar. Banamex advirtió que los riesgos inflacionarios derivados del aumento al salario mínimo se han incrementado, sobre todo porque estos ajustes no han sido acompañados por aumentos equivalentes en productividad.
“El impacto depende de diversos factores como la productividad, la estructura de costos y la capacidad de las empresas para absorber los aumentos, pero sí puede generar un alza en los precios”, señaló el análisis.
Gabriela Siller, directora de análisis económico de Banco Base, fue más específica: el incremento “generará mayores presiones al alza en los costos laborales, especialmente en estados con alta proporción de trabajadores que perciben hasta dos salarios mínimos”, lo que podría empujar a más empresas a la informalidad.
Víctor Gómez Ayala, economista en jefe de Finamex, advierte que la política salarial puede revertirse si no se acompaña de medidas estructurales: “No basta con aumentar nominalmente el salario si no se previenen efectos sobre la inflación; de lo contrario, el poder adquisitivo ganado puede erosionarse rápidamente”.
México enfrenta así una dualidad compleja. Por un lado, logró elevar el salario mínimo sin detonar una espiral inflacionaria, desmontando un dogma de décadas. Por otro, mantiene un aparato productivo donde más de la mitad de los trabajadores opera sin herramientas para sostener incrementos sostenidos en el largo plazo.
La oportunidad del nearshoring ofrece un respiro, pero también una advertencia: sin mayor formalización, sin un salto tecnológico y sin políticas claras de productividad, los aumentos salariales corren el riesgo de convertirse en un espejismo.
Brillan en el corto plazo, pero sin cimientos que los respalden, pueden desvanecerse con la misma rapidez.
La pregunta ya no es si el salario mínimo puede subir sin generar inflación. La evidencia reciente indica que sí. La pregunta ahora es por cuánto tiempo.
@JErnestoMadrid
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