• “No puede haber colusión con la delincuencia, ni organizada ni de cuello blanco” advierte Sheinbaum en su decálogo a Morena
Ernesto Madrid
La diplomacia entre Estados Unidos y México siempre ha estado llena de matices, tensiones estratégicas y declaraciones que se clavan como alfileres en la piel de la soberanía. Pero cuando Donald Trump, con su retórica incendiaria, sugiere que la presidenta Claudia Sheinbaum le tiene miedo a los cárteles mexicanos y propone nuevamente enviar tropas estadounidenses a “ayudar” a combatir el narcotráfico, la conversación deja de ser simbólica y se convierte en una amenaza directa al equilibrio político del nuevo gobierno mexicano.
La respuesta de Sheinbaum fue, cuando menos, cauta: no quiere alimentar un debate público con Trump a través de los medios. Prefiere mantener lo que ella califica como “una comunicación fluida” con Estados Unidos. Traducción diplomática: no habrá confrontación abierta, al menos por ahora. Pero esa suavidad en el lenguaje no logra esconder el telón de fondo: Washington podría estar preparando el terreno para cuestionar la legitimidad de ciertos actores del oficialismo mexicano con los que mantiene cuentas pendientes.
¿Quiénes son esos actores? La pregunta incomoda, pero también es inevitable. No son pocas las voces que señalan que la administración estadounidense, en particular bajo el enfoque de seguridad nacional, observa con creciente inquietud a cuadros políticos de Morena presuntamente vinculados al crimen organizado. La tesis de una “alianza intolerable” -un término que podría pasar del análisis académico al discurso oficial norteamericano- empieza a tomar forma en los pasillos del poder en Washington.
¿Temor o complicidad? La “alianza intolerable” que acecha al nuevo gobierno
Y justo cuando esa sospecha empieza a instalarse en la narrativa internacional, la presidenta Sheinbaum lanza un decálogo dirigido a su partido. En el punto nueve, con una advertencia más ética que jurídica, sentencia: “no puede haber colusión con la delincuencia, ni organizada ni de cuello blanco”. ¿Un mensaje para el exterior o un regaño preventivo hacia el interior? ¿Un intento de desmarcarse de un lastre heredado o el reconocimiento implícito de que el tema es real?
El dilema es crudo: ¿se trata de un gobierno temeroso de un conflicto diplomático mayor, o de una complicidad que aún no se atreve a romper con fuerza? En ambos casos, la presidencia arriesga. Si opta por el silencio prolongado ante acusaciones veladas o explícitas de Trump, corre el riesgo de que ese silencio se lea como aceptación tácita. Pero si responde con firmeza, podría abrir una caja de Pandora en la relación bilateral, justo cuando el país necesita estabilidad.
En cualquier escenario, lo que está en juego es más que una estrategia de comunicación: es la credibilidad del gobierno de Claudia Sheinbaum frente a dos frentes -el del norte, que no perdona ni olvida; y el interno, que sigue lleno de operadores políticos con pasado turbio y cuentas pendientes con la justicia.
El riesgo de la alianza intolerable no es solo que exista, sino que Estados Unidos esté dispuesto a demostrarla. Y entonces, ni la diplomacia, ni los decálogos, serán suficientes.
@JErnestoMadrid