• Entre la rebeldía digital y los viejos trucos del poder, la protesta juvenil pone nervioso a un gobierno que dice no temerle al disenso… pero levanta vallas por si acaso
Ernesto Madrid
La encuesta de El Financiero de octubre trajo un dato que el oficialismo celebra como medalla: 70% de aprobación para Claudia Sheinbaum, en un mes en que el país parecía hundirse —literalmente— bajo el agua. Pero entre tanto aplauso hay una grieta que preocupa: la Generación Z, ese grupo nacido entre 1997 y 2012 que creció entre pantallas, crisis y escepticismo, no está tan convencida.
Según Alejandro Moreno, director de encuestas del diario, solo 66% de los Gen Z aprueban el trabajo presidencial, frente al 73% de los millennials. Y lo más delicado: 69% reprueba la estrategia de seguridad. No es para menos: la violencia no descansa, y los asesinatos del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, y del líder limonero Bernardo Bravo son recordatorios de que el crimen sigue mandando en amplias zonas del país y los jóvenes los más afectados por el crimen organzado.
Moreno añade que esta generación “cree que las inundaciones pudieron prevenirse” y exige resultados tangibles, no promesas recicladas. Pero también observa que los jóvenes muestran poco interés en la política tradicional, quizá porque la política se muestra poco interesada en ellos.
En ese clima de desconfianza, Sheinbaum se refirió con cierto desdén a los “chavorrucos” que —según dijo— buscan montarse en la convocatoria juvenil para protestar. “Los jóvenes tienen derecho a manifestarse, pero esto ya se convirtió en una manifestación de la oposición”, aseguró desde la mañanera. Lo que no dijo es que ella, como su jefe político, siente una profunda aversión por las protestas en su contra: prefiere no verlas ni oírlas, aunque el eco de los tambores se cuele por las ventanas de Palacio Nacional.
¿Quiénes son los “chavorrucos” que marchan por la Generación Z?
Por eso, las vallas metálicas vuelven a abrazar el corazón de la capital. Sheinbaum asegura que son “para proteger vidas”, pero la experiencia indica que protegen más los muros que las libertades, en un Palacio Nacional que antes estaba abierto a las y los mexicanos. El argumento de los “bloques negros” se repite, aunque desde hace años se sabe que varios de esos contingentes han sido financiados por funcionarios del propio régimen, no para sabotear las marchas, sino para generar caos, provocar enfrentamientos y sacar raja política de la desestabilización.
A ello se suma un ingrediente viejo con sabor a maniobra: la CNTE, incondicional aliada del lopezobradorismo, decidió salir a las calles justo ahora, algo inédito para noviembre. Normalmente el magisterio disidente inicia su ciclo de movilizaciones a comienzos de año, calienta motores y culmina el 15 de mayo, Día del Maestro, tras la clásica rutina de negociación, presión y receso. Esta vez, en cambio, el plantón coincide con la protesta juvenil. Casualidad o no, parece una jugada táctica para ocupar el Zócalo antes que los jóvenes, o, en el peor de los casos, servir como grupo de contención adicional.
Dentro del oficialismo, el guion ya está escrito: culpar a la derecha internacional. Desde Palacio Nacional señalan al argentino Fernando Cerimedo —ex estratega digital de Javier Milei— como supuesto instigador de la marcha. No hay pruebas, solo la conveniencia de alimentar el relato de un enemigo externo.
En este ambiente de polarización atizado por la propia presidenta, todo puede suceder. Porque la Generación Z no pide permiso: desafía, se burla y se organiza sin estructuras ni padrinos.
La Generación Z, mientras tanto, parece tener su propio código: creen en la diversidad, la autonomía y el derecho a la irreverencia. En otros países, tumbaron gobiernos (Nepal, Madagascar) o incendiaron las calles (Indonesia, Filipinas). En México, su rebelión podría empezar con memes, pero podría incomodar más de lo que el poder imagina.
Y tal vez por eso, más que a los jóvenes, Sheinbaum teme a lo que representan: una generación que no necesita líderes, ni discursos de plaza, ni permiso para dudar. Porque en el fondo, los verdaderos “chavorrucos” no son los que marchan con los jóvenes… sino los que insisten en creer que aún pueden controlarlos.
@JErnestoMadrid
jeemadrid@gmail.com