El desempleo, la desintegración familiar, las enfermedades mentales, la crisis migratoria, la extrema pobreza, las adicciones y la desigualdad social pueden provocar la mendicidad y la “mendicidad forzada” en las calles de México y del mundo, una dolorosa realidad que sigue latente en el mundo contemporáneo.

Estoy segura que los grandes pensadores de la época antigua no darían crédito de los acontecimientos tan catastróficos; la trata de personas y las masacres que se siguen suscitando en pleno siglo XXI.

La mendicidad en las calles del mundo es un fenómeno social que refleja desigualdad, pobreza extrema, exclusión y falta de acceso a derechos básicos como vivienda, salud, educación y empleo. Es un problema estructural ligado a la marginación.

La desigualdad social es una pandemia que ningún gobernante ha logrado erradicar, es una problemática que se encuentra enraizada desde hace siglos.

La mendicidad no es un delito, pero en algunos países existen ordenanzas que la sancionan, lo que criminaliza la pobreza. Las y los activistas y, organismos como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y Amnistía Internacional, hemos dejado en claro que la mendicidad vulnera derechos fundamentales.