Luis Ayala Ramos
La Paz, Estado de México.- Bajo el sol, el frío y la lluvia, Domingo de la Cruz Hernández ha pasado más de medio siglo sentado frente a su cajón de bolear en la explanada municipal de La Paz. Con manos curtidas y mirada tranquila, asegura que ser bolero no es solo un oficio para ganarse la vida, sino una forma de acompañar silenciosamente la historia de un pueblo y sacar adelante a una familia a base de trabajo honrado.
“De aquí comimos, estudiamos a los hijos y seguimos luchando”, cuenta Domingo, quien se considera uno de los pioneros entre los trabajadores no asalariados de este municipio. Recuerda que empezó joven, con poco más de 15 años, cuando la explanada era distinta y apenas había unos cuantos compañeros ofreciendo el servicio de lustrado.
Este martes, él y sus colegas recibieron un pequeño pero significativo apoyo: lonas nuevas para cubrir sus sillas de bolear, entregadas por el gobierno municipal como un gesto de reconocimiento. Para muchos, puede parecer un detalle mínimo, pero para estos hombres es símbolo de dignidad y continuidad. “Con esto cambia la imagen, y también nos sentimos tomados en cuenta”, comparte Domingo con una sonrisa contenida.
La entrega estuvo a cargo de Nancy Edith Rosales Cruz, titular de Tianguis y Mercados, quien acudió en representación de la alcaldesa Martha Guerrero Sánchez. Las lonas servirán para renovar el espacio de trabajo y proteger del sol y la lluvia a quienes mantienen vivo un oficio que resiste la modernidad y las prisas de la vida urbana.
Domingo, medio siglo de historias y zapatos brillando en La Paz
La Unión de Aseadores de Calzado de La Paz, A.C., que Domingo encabeza, se formó hace más de diez años con 13 integrantes. Algunos trabajan en la explanada municipal y otros en la llamada Zona de Bancos, sobre la carretera México–Texcoco. Hoy son menos que antes, pero mantienen viva la tradición.
El bolero no solo limpia y pule zapatos; también escucha. Domingo recuerda que entre betún y cepillos ha sido confidente de secretos, testigo de lágrimas, carcajadas y anécdotas de clientes que vuelven una y otra vez. “Aquí la gente viene no solo a limpiar su calzado, también a sacar lo que trae dentro; nos cuentan de todo, política, problemas familiares, hasta historias de amor”, dice con un brillo nostálgico en los ojos.
Su oficio, explica, no es sencillo: trabajan a la intemperie y enfrentan el desgaste físico y económico. “Es complicado porque dependemos del clima y de que la gente quiera mantener esta costumbre. Pero vale la pena cuando un cliente se va contento y agradecido, cuando ves que tu trabajo sirve para algo más que zapatos limpios”, comenta.
Aunque el tiempo y las modas han cambiado, Domingo y sus compañeros creen que el bolero seguirá resistiendo. “Mientras exista quien quiera lucir bien y caminar seguro, habrá quien pula el cuero con orgullo”, dice.
Domingo, medio siglo de historias y zapatos brillando en La Paz
La pequeña ceremonia del martes no solo les dio una lona; les recordó que, aunque invisibles para muchos, forman parte del paisaje y del corazón de La Paz. “Es un trabajo que nos ha permitido vivir con dignidad. Aquí estamos, firmes, como desde hace 50 años”, concluye Domingo, ajustando con cuidado su nuevo toldo y alistando el cepillo para el siguiente cliente.